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CUANTO MÁS GRANDE SEA LA MENTIRA, MÁS GENTE LA CREERÁ

05/04/2022

 

La última temporada de la serie “The Wire” empieza con una escena en la que los detectives aprovechan la ignorancia de un chico, haciéndole creer que una fotocopiadora es un sofisticado detector de mentiras.


La escena consiste en que el chaval ponga la mano en la fotocopiadora y conteste a una pregunta. Después, un agente le da al botón de fotocopiar su mano y otro agente saca una hoja preparada que pone mentira o verdad.


Tras lograr su confesión, los detectives se retiran maravillándose de que el método funcione y uno le dice al otro: “cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá[1].


El caso es que esa frase no debería tener ningún sentido, pero anda que no es acertada, anda que no somos susceptibles de engaño. Solo hace falta una historia atractiva y una buena actuación y caemos como tontos.


Si no, que se lo digan a los que reenvían los mensajes de texto que les llegan a su móvil con la clave de su WhatsApp y pierden el control de su cuenta. O a los que les llega un email de un príncipe nigeriano diciéndoles que tiene una herencia a la que no puede acceder y que los ha elegido para compartirla a cambio de que le envíen el dinero que necesita para desbloquearla, ¡y lo envían!


Algunas de estas estafas son muy comunes porque son muy fáciles de llevar a cabo y siempre hay alguien que cae en la trampa. No obstante, hay estafadores que están a otro nivel, estafadores como los que salen en las pelis. Uno de los casos más curiosos es el de Victor Lustig, un hombre con la habilidad y la osadía suficientes como para vender la Torre Eiffel, ¡dos veces!


¿Cómo vendió la Torre Eiffel?


Tras ser construida en 1889, la Torre Eiffel fue víctima de elevados costes de mantenimiento y por eso era normal que en los periódicos hablaran de desmontarla para ahorrar costes. Es en este contexto en el que Lustig decide diseñar tarjetas de visita de un puesto gubernamental inexistente y convocar a los mayores comerciantes de metal de Europa en uno de los mejores hoteles de París, con el objetivo de venderles el hierro de la Torre Eiffel.


Como en toda buena estafa, la historia era disparatada, pero creíble con un poco de voluntad por parte de los engañados. Lustig les dijo que el proceso tenía que ser secreto para que no hubiera revueltas y que habían decidido venderla así, porque si el gobierno ganaba dinero con la operación habría menos protestas. Incluso les hizo un tour por el monumento y pidió un soborno al ganador de la subasta para hacerlo más creíble.


Una vez consumada la estafa, pasaron varias cosas muy típicas de las películas. Por un lado, el estafado estaba tan avergonzado, que no acudió a las autoridades. Por otro lado, eso permitió a Lustig atreverse a hacer lo que siempre hacen los ladrones en todas las pelis: decidir que son invencibles y que van a dar un golpe más. Lustig volvió a París para intentar vender la Torre Eiffel otra vez, pero igual que en las pelis, está vez le descubrieron y tuvo que huir.


Todos los timadores utilizan trucos psicológicos para influir sobre nosotros: visten bien, fingen ser alguien con autoridad, fingen hospedarse en los mejores hoteles, nos ofrecen dinero fácil y rápido, etc. Todos tienen una buena historia que contarnos, una historia que podríamos verificar como falsa, pero que preferimos creer sin verificar.


Lo cierto es que hay momentos en los que verificamos todo y momentos en los que somos más susceptibles a creernos estas historias sin verificarlas. Estos últimos momentos suelen caracterizarse por un entorno de especulación, de abundancia de gente haciéndose rica fácilmente, de innovación tecnológica, etc.


Os contamos todo esto porque llevamos unos años viviendo en este entorno en el que “cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá”. Por eso, para que no nos creamos ninguna mentira de más, en el próximo “¿Sabías que…?” explicaremos cómo montar un fraude convincente y qué preguntas tenemos que hacernos para evitar fraudes.

 

 

[1] Esta frase no la inventaron los guionistas de la serie, la solía decir el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels.

 

 

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